jueves, 11 de junio de 2009
Yo besé su boca cuando los hombres aún no habían inventado el tiempo. Nada se movía en las tinieblas. El aire estaba muerto. Los rayos de luz no abandonaban los ojos del Creador. Volé, agitando las nubes de polvo de astros y hoyos negros, y los ángeles del sueño me miraban, y mis manos se crecieron al encuentro de sus brazos. Y lo primero fue lo último, “hágase la luz”, y la luz fue hecha, y una voz de suave trigo pronunció mi nombre. Sonreí al ver caer las estrellas luminosas que se esparcían en la nada al entrar al cielo azul violáceo: en el horizonte dorado encontré la rosa. Me acerqué y toqué sus pétalos. Y se hizo la distancia y la materia fue ciega. En lo profundo del mar, en las verdes selvas y en el desierto de fuego, me cubrí con su velo. Y el niño y la rosa se encontraron en una boyeriza. En el dolor me fui formando, me dibujaba entre las multitudes y, sufriendo todos los pesares del mundo, derramé mi sangre. Y cuando volví, era de día, pero la humanidad todavía dormía en la noche.
Este poema fue publicado en la revista En Sentido Figurado ©Imagen: David Álvarez Cáceres (España), 2009
Comments